No deseaba retornar a Milán porque esa ciudad, en donde había sufrido desgracias familiares irreparables, me abrumaba con esos recuerdos, a pesar de la bondad y cordialidad con que siempre me habían tratado en mis estudios y en el ambiente artístico en general.
Me dirigí a una ciudad cerca de Venecia, sobre el Brenta, lugar encantador en donde construí mi taller con habitaciones y allí reestudié todos los bocetos y ejecuté los modelos en escala a un tercio para las estatuas y el grupo ecuestre del monumento al Gral. Artigas. En ese período me dediqué al estudio profundizado en sentido artístico plástico, del caballo, que había sido siempre mi pasión desde niño y realicé algunas otras esculturas, entre ellas un gran Crucifijo que está en la Catedral de Salto. Terminados esos modelos y formados en yeso, me trasladé a Florencia, en donde ejecuté en grande los modelos definitivos y contraté su fundición; mientras estudiaba en todos los detalles el plano para los pedestales y un poco también algunos retoques imprescindibles al plano de la reforma de la plaza en la cual iba colocada la obra; plano que el Municipio me había entregado y que en origen creo que había sido obra del Ing. Napoleón Pereira Machado, entonces técnico de ese Municipio. Sin embargo ese período fue malo para mí, porque nuestro signo monetario había bajado mucho y por otra parte, nunca pude conseguir, hasta último momento, el cambio oficial del dinero que se me remitía, aunque otros que no tenían seguramente la responsabilidad de obras como la que yo tenía, parece que lo conseguían muy fácilmente.
Nuestro país pasaba por un momento político crucial que me desalentaba, mientras en Italia estallaba la guerra con Etiopía, a la que poco más tarde siguió la de España.
La fundición de la obra realizada en Florencia fue riesgosa, porque el Gobierno italiano había prohibido la exportación del bronce, que estaba todo acaparado por el Estado con fines bélicos; pero el empresario fundidor, hombre hábil y de muchas relaciones luego de terminada la obra, consiguió con mi ayuda un permiso provisorio de exportación, que el Gobierno concedió sin trámites diplomáticos que lo hubieran echado a perder todo, contemplando un caso especial para el Uruguay, al recordarle que en el año 1849, Garibaldi había defendido Roma con armamentos que le había entregado el Gobierno de la defensa, a tal fin. Así finalmente se pudo embarcar la obra de Liorna en un vapor de carga inglés que la trasladó a Montevideo. Mientras yo embalaba mis cosas y me embarcaba con mi señora para Uruguay, donde por una fortuita coincidencia llegué el día antes que el vapor que traía el monumento. A las incidencias políticas sucedidas en el Uruguay con el golpe de Estado, se debía el retardo habido en realizar la obra y traerla.
Había permanecido nuevamente en Europa, principalmente en Italia, desde setiembre de 1931 a diciembre de 1936, durante ese lapso, además de estudiar y trabajar en mi arte, pude viajar por las principales ciudades italianas, igualmente por Yugoslavia, Hungría, Austria, nuevamente Francia y por Alemania que en aquel tiempo estaba bajo el dominio del nazismo.
Debo confesar que en todo ese tiempo que yo he viajado por una Europa ya medio convulsionada no tuve ningún incidente ni disgusto; pasé las fronteras sin molestias y aún contando con medios de viaje limitados, todos me atendieron con cortesía y educación, únicamente a mi vuelta al Uruguay, al pasar por el Mediterráneo en un banco italiano, fuimos abordados por un crucero de Franco que nos obligó a dirigirnos hacia un puerto de las costa africana, de donde luego proseguimos el viaje para nuestro desembarque en Montevideo y descargue de la obra de Salto, admirablemente embalada en tres grandes cajones de madera. El entonces Presidente de la República, Dr. Gabriel Terra, concedió las más amplias facilidades y libró la obra de los impuestos de entrada.
Como los pedestales de granito en Salto no estaban ni siquiera empezados, se cometió el error de depositar los cajones de los bronces, en el fondo de los terrenos de la Aduana llamadores Viceta, a la espera de remitirlos a Salto.
A nuestra llegada a Montevideo, nos recibieron en el puerto, mi hermano mellizo, mis sobrinos, los buenos familiares de mi señora y los viejos amigos salteños, entre los cuales estaban principalmente el Dr. Carlos Maldini y el escritor Telmo Manacorda y creo recordar también al Prof. José Pereira Rodríguez con los cuales había contraído amistad por lo menos quince años antes. Si tuviera que citar a todas las personas que nos atendieron con agasajos y generosos ofrecimientos, la lista sería demasiado larga, pero deseo recordar de modo especial a mi cuñado, el Dr. Marcelino Leal y al cuñado de mi hermano, Antonio Senatore.
Este reencuentro con parientes y viejos amigos fue muy emocionante. Luego fuimos a hospedarnos a un primer piso de la calle Ejido y Maldonado, apartamento que antes había ocupado un sobrino de mi señora y que estaba vacío. Al día siguiente, cuando bajé por primera vez a la calle, pasaba en aquel momento un hombre cargado de perdices, le compré dos yuntas pagando un total de dieciséis centésimos; poco más tarde salí a dar una vuelta y me sorprendió la gran abundancia y baratura de los comestibles en las provisiones y puestos.
No queríamos volver a Salto enseguida, a pesar de los urgentes requerimientos, porque deseábamos ir cuando llevaran los bronces, pero desgraciadamente después de unas semanas tuvimos que ir, mientras los bronces quedaron más de dos años depositados en la Viceta, en espera del despacho que se estaba tramitando, pero ya se empezaban las excavaciones y la construcción de los tres pedestales en estilo dórico modernizado, que yo había proyectado y la ya adelantada reforma de la plaza que suscitó una desagradable polémica. Las piedras de los pedestales, su montaje y el levantamiento de la obra, lo hicieron con habilidad, graniteros establecidos en Montevideo, a lo que prestó mucha ayuda el Municipio de Salto, cuya dirección técnica estaba a cargo del Arq. Pedrito Invernizzi, contribuyendo con materiales, andamiaje y también con mano de obra.
Todo el pueblo de Salto estaba en movimiento; los cajones de los bronces, que salieron con cierta dificultad de la Aduana de Montevideo para ser embarcados por agua, llegaron a Salto y el descargarlos y transportarlos hasta la plaza central que está muchas cuadras más arriba, fue una verdadera manifestación de pueblo, todo el mundo hacía preguntas y quería saber.
En aquel año 1940 fue elegido Presidente de la República el Gral. Alfredo Baldomir, que fue con su gran comitiva a visitar Salto para presenciar la inauguración de la obra, aprovechando la ocasión de un banquete nocturno para pronunciar su famoso discurso político, con el cual Uruguay se asociaba a los aliados en la guerra contra Alemania e Italia.
El Municipio de Salto dio un gran lunch en mi homenaje, del cual participaron en primer término el Presidente Baldomir y señora y los Ministros que había ido con él; me elogió y me agasajó por la obra, que al parecer le había gustado mucho y me dijo también que cuando volviera a Montevideo fuera a verlo, ocasión que yo nunca aproveché. Él me había manifestado que deseaba que yo me encargara de la enseñanza artística en Montevideo, pero yo a sabiendas de los líos que los rencores y las envidias había armado, pensé bien en no aprovechar.
Al terminar esta relación que se refiere al monumento a Artigas que se había ya inaugurado en Salto, es mi deber recordar que en las tramitaciones del contrato y del encargue de dicha obra, mucho me favorecieron las demostraciones de estima y la benevolencia del entonces Presidente del Consejo Departamental, hoy Senador Don Orestes Lanza; y el doctor Ricardo Baldassini; la estima y comprensión de varios buenos amigos salteños y la ayuda valiosa, podría decir indispensable que me prestó mi hermano mellizo, radicado en Salto desde hacía varios años, en el expedienteo con el Municipio, durante mi larga estadía en Europa, para la ejecución de la obra.
Inaugurado el monumento, aproveché mi estadía para hacer unas cacerías y una excursión a Salto Grande; mi esposa, a pesar de las graves desgracias sufridas en Italia, al reencontrarse en el ambiente en donde había nacido y crecido, se sitió muy feliz. Fue en aquellos días en Salto que sufrí un nuevo y grave ataque de mi enfermedad al estómago, que venía padeciendo desde el año 25, con hemorragias que me tuvieron clavado en la cama, disfrutando de los cuidados generosos del Dr. Lucas, quién luego cuando pude levantarme, me dirigió a un doctor especialista en Montevideo, que me mandó nuevamente por un mes a la cama.
Entonces nos habíamos mudado a una pensión en la calle Canelones y Constituyente; mientras continuaba prestando atención a mis trabajos y a los concursos para monumentos que se hacían. En esa época y desde la cama empecé a escribir y publicar mi periódico de arte titulado “EL David”, del cual hablaré más adelante.
En el primer Salón Nacional de Arte de 1937, se me había adjudicado el Gran Premio Medalla de Oro para la escultura, a cuya exposición había mandado unos bronces que había ejecutado en Italia.
También la Comisión Nacional de Bellas Artes realizó un concurso nacional entre escultores, para el modelo de la gran medalla que sirviera de premio a los salones oficiales anuales, en el cual me adjudicaron el primero y segundo premio; esa medalla es la que todavía hoy se distribuye a los premiados en el Salón Anual.
En aquel tiempo pasaron por Montevideo algunos miembros de la Comisión Francesa de la Resistencia, entre los cuales estaba el Prof. Henry Focillon, catedrático de la enseñanza de historia y teoría de las artes, en la Sorbona y en el Instituto de Francia; autor de muchos libros sobre arte muy apreciados. En un banquete que ofrecieron a dichos señores, en un momento dado el Presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes, Sr. Montero Bustamante, le ofreció la medalla del Salón como recuerdo, Focillon la miró sorprendido preguntando: “¿Esta medalla se hizo acá?” y al confirmárselo dijo: “Uds. aquí tienen un muy buen medallista” y al indicárseme como autor, se levantó de su silla, dio vuelta a la mesa y vino a saludarme y felicitarme y poseo todavía una carta que el Prof. Focillon me dirigió desde el hotel en que se hospedaba confirmando por escrito los elogios que me había hecho en aquel momento.
Poco tiempo después publicaron las bases de un concurso para el monumento Nacional a los Fundadores de la Patria, yo concurrí y gané el concurso por unanimidad del jurado que me votó, menos uno, previa consulta con el Prof. Arq. Carré; se me encargó el trabajo y empecé los estudios para ejecutarlo.
También recuerdo que en aquel tiempo llegó al puerto de Montevideo, malherido, el acorazado alemán Graff Speed, fuimos a verlo y cuando levantó las amarras lo seguimos por la rambla hacia Malvín para ver lo que sucedía y poco más tarde vimos los pedazos del acorazado saltar por el aire con un ruido atronador y una llamarada cubierta de una enorme nube de humo.
Poco tiempo después compré un terreno en donde estoy al presente; hice mi planito y levanté mi casa con un estudio interno, todo muy mal pensado y peor todavía ejecutado, porque cuando recién se hacían los cimientos me enfermé nuevamente y tuve que guardar cama por tres o cuatro semanas sin moverme, Así los albañiles chapuceros me hicieron lo que quisieron y algunos años más tarde tuve que rehacer muchas cosas, agregar otras y solamente así mi casa quedó soportable. Cuando edifiqué el lugar era un campo poblado de pinos y eucaliptos, el viento arreciaba desde el mar y traía por el aire mucha arenilla, que luego encontraba en el fondo del plato de la sopa; pero yo seguía impertérrito mi trabajo y otros encargues, llegando a realizar el modelo a un tercio del grupo principal del monumento a los Fundadores de la Patria.
Concurría a Bellas Artes y fui nombrado miembro de esa Comisión Nacional, la cual estaba compuesta por personas cultas y respetables, pero con mi temperamento demasiado sincero, a veces polémico y violento, causé algún disgusto a esas personas que me querían mucho, me estimaban y respetaban. Recuerdo que cuando se inauguró el monumento de Salto, la Comisión Nacional de Bellas Artes me ofreció un almuerzo de camaradería para felicitarme.