El autor, junto a Leonardo Garet
Mario Mele (1954), uno de los alumnos fundadores del “Taller Literario de Paysandú”, ha cultivado la poesía intensamente. El crítico Lopetegui comenta: “Mele nos trae el recuerdo y la renovación de una parte de esa tradición literaria occidental, lo que constituye la obra poética del italiano Césare Pavese. Un sanducero para quien “los lápices”, expresión que Mele utiliza en más de un poema refiriéndose a esa labor de silencio, evocación y escritura, seguramente conforma la única salida posible a fin de poder desentrañar al menos parte de los enigmas de la vida y de la entrega del otro”. La obra de Mele se explica en parte, dentro de esas coordenadas. Digo parte, porque también se debe explicar como el desarrollo de una escritura totalmente personal, e inédita en cierta forma. La escritura de Mele es un viaje de la luz, de la reverencial identificación con el objeto, el estupor final ante el objeto disolviéndose en lenguaje. Cuando se tienen los nervios bien templados, el espectáculo más insignificante – un perro que lame – resulta algo tan inefable que se necesita una impermeabilidad de cocodrilo para no sufrir, al comprobarlo, un verdadero síncope de admiración que se filtra como una auténtica descarga de vitalidad poética. Admiración que es una ampliación de las instancias del ser, una filtración del Yo en los elementos terrestres. Mele no desconecta la relación entre palabra y mundo, como antaño lo hiciera Mallarme. Por el contrario aquí la palabra deviene hipérbole del mundo y el poeta, esa voz que nunca desaparece de la escritura, transmigra para recrearse; para recrear el mundo en un poema: “la vida se nos va como un pan bajo la lluvia/ y tu boca se me ablanda en la carne/ hasta encontrarnos en la siguiente esquina…”
Está empeñado en ser un yo poético que debe encarnar en lenguaje. No sé si hay una objetivación de la lengua en esta última propuesta meleana, en el sentido de una posible semiotización del discurso poético. Lo que sí hay, es una experiencia límite del lenguaje que pasa por la íntima médula del ser. De ahí el deslumbramiento que exhalan sus palabras, aglutinaciones de vocablos, que diciendo una cosa se transmuta en neologismos. Sintaxis quebrada. Sus tropos son teclas de nervios, incandescentes vasos sanguíneos incrustados en los poros del lenguaje. Porque el poeta debe sufrir – como el que más- pero debe hacerlo como el que más con absoluta dignidad, que quiere decir con absoluto respeto por el lenguaje.
Mele nos enseña las entrañas de una galaxia verbal en combustión, al cual puede penetrar- como dice Garet en al contratapa-“ la innumerable minoría sin domicilio fijo que son los lectores de poesía”, un recinto secreto donde aún resuenan, felizmente. los latidos del ser.
Publicación del diario El Telégrafo , Paysandú, 29 de noviembre de 1998.
Los ojos del cuarto. Mario Mele-I.M.P- Publicación Nº 4. 47 pgs-1998- Carátula: Leonardo Bulanti Gutiérrez. Editó Pesce offset.