El apartamento del Palacio Salvo dejaba entrar hilos de sol por sus pequeñas ventanas. Tus ojos, Idea, saltarines, tendían hilos de hospitalidad y alegría. Recuerdo que no quisiste que se hablara de tu poesía. Ella quedaba como el mar en una isla, marcando el ritmo de la conversación que se iba hacia los planes de una colección de libros para estudiantes.
Hoy tengo en mis manos tu libro Poesía completa. Se me ocurre que más que ninguno de tus libros por separado, este libro es tu casa. Ahora las letras entran junto a los reflejos de sol y se adueñan de todo. Es imposible hablar de otra cosa, tu casa se puede recorrer en cualquier sentido. Pero me parece que empieza y termina en soledad. La misma que sentiste “bajo el agua que cae y que cae”. Es una soledad de siempre, que toma la posta que te alcanza María Eugenia Vaz Ferreira, cuando tiende “su palma sobre el gran desierto”.
Pero vos quisiste el amor como lo único que te podía salvar y no era el “vencedor de toda cosa”, era como vos, de carne sufriente. Las hojas, no hay caso, siempre tienen su reverso y dando vuelta la página del amor estaba la soledad.
Quiero decirte, Idea, hoy que hace tanto tiempo que no te veo, que tu casa está entera en este libro de agosto de 2006 y que lo recorro guiado por tus ojos saltarines que parecen el sol que ilumina el cuarto. Queda mi casa rodeada de reflejos como si fuera el Palacio Salvo. Como te asomas a tu libro por la tapa con una cara de niña abandonada, quiero decirte que si bien estamos solos, de soledad verdadera, los instantes compartidos, con buen sentido, se presentan sin explicaciones, como reflejos de sol. Y una última cosa, Idea. Que la poesía acompaña.
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