Propósitos

 

por Leonardo Garet

Escribir el testimonio personal que me dejó su ser de excepción, pero también hacerme eco del sentimiento generalizado de todos cuantos la conocieron, creo que es mi ineludible deber a la memoria de Marosa di Giorgio. Tuve la necesidad de dejar pasar un tiempo de meses para siquiera pensar en abordar el tema. A partir del momento de iniciar este libro me fue indispensable el diálogo con quienes también fueron sus amigos. Pretendo que sea documental sin dejar de ser vivo y pasional. El tema, como ninguno, exige la conjunción de ambos enfoques.

Para la segunda parte realicé una relectura de toda su obra intentando acercarme al secreto de su vigencia y profundidad.

Es notable constatar que empezó a transcurrir el tiempo tempranamente vislumbrado por Wilfredo Penco en 1979: “…no creo equivocarme al afirmar que en los años venideros, más tarde o más temprano, una aureola mítica rodeará el prestigio literario de Marosa di Giorgio”. (Prólogo, Clavel y tenebrario.) Se hace imperioso que quienes estuvimos a su lado, demos fe, en este proceso, que el prestigio mítico emergente de su obra, de su presencia y de su forma de vida, no debe ocultar algunos rasgos inseparables de su persona, tales como la simpatía y la bondad. Estos son los menos contribuyentes para formar la aureola mítica, pero son los primeros que se hacen presente para quienes la tuvimos en la cercanía del corazón.

La parte biográfica de este libro se vio generosamente enriquecida por los aportes de Nidia di Giorgio, su hermana, y también mi amiga, y por todas la personas que consulté sobre un aspecto determinado y acerca de los cuales dejo constancia en cada oportunidad. A todas ellas mi agradecimiento.

Marosa sin duda se quedaría contenta si escuchara el recuerdo que compartimos todos quienes tuvimos el privilegio de estar cerca de su persona y su afecto. Quienes no la conocieron tengan la seguridad de que era diáfana y viva, como cada una de sus palabras.

 

 

1

Vida

Una sacerdotisa en el altar

 

 

La imagen en el espejo

 

Las biografías poéticas y anecdóticas tienden a eliminar distancias, se confunden en una propuesta que es como otro tejido en el plano profundo de la página. Marosa es la que transitó determinadas calles porque sus pasos se sienten en el papel y las criaturas de sus poemas la acompañan y se le caen diademas al ritmo de su paso. El presente ejercicio de superponer una Marosa histórica a otra enteramente formada por ella misma, puede parecer del todo innecesario. En efecto, nada mejor para describir su infancia que un poema con ese motivo, nada mejor que para hablar del lugar “real” de la chacra de su abuelo, que el El mar de Amelia 33, por ejemplo, pero esta superposición nos trae la comprobación asombrosa de esa coincidencia, mostrando irrefutablemente, que estamos en presencia, como pocas veces en la historia del arte, de alguien que vivió su propia obra y escribió su propia vida. Aunque en su caso se trate –otra vez- de escribir sus propios sueños.

 

 

Marosa di Giorgio, un ser humano magnífico

 

En las reuniones de la más diversa índole, Marosa era el centro natural de gravitación por su personalidad avasallante, aún siendo retraída; se imponía su voz baja pero perfectamente audible, su particular modo de vestirse, de maquillarse, de estar. La conversación y las miradas giraban a su alrededor y ella permanecía buena parte del tiempo en silencio. Sus expresiones precisas, personales, comprensivas, cultas, chispeantes, demostraban que, a pesar de parecer ausente, estaba perfectamente al tanto de lo que se estaba tratando. Jamás buscaba sobresalir. No le gustaba ejercer protagonismo de ningún tipo y la ganaba el mutismo cuando una mesa de café se volvía un poco extendida. Le gustaba el diálogo mano a mano, casi secreto, propicio a la confidencia importante, el razonamiento justo, la búsqueda de la comprensión profunda. Preguntaba y se asombraba con facilidad, porque la vida era para ella un incesante milagro. Creo que no es posible mayor capacidad de enriquecimiento espiritual que con el contacto que se podía tener con Marosa. Pero así como tenía condescendencia hacia todas las situaciones humanas no podía transigir con la mediocridad literaria. Un silencio absoluto la envolvía cuando se trataba de opinar sobre un texto que no era de su agrado. Era de una intuición certera y profunda. Sabía las distancias entre la autenticidad y el éxito, y entre éste y la honestidad intelectual. Prefería siempre la mesa del café a la académica y abordaba con la misma naturalidad e interés los pequeños temas y los trascendentes.

       
 

 

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