El viejo carro lleno de zapallos cruza el puente. Del otro lado las niñas esperan que aparezcan los ratones convertidos en caballos.
El ghanés pateando el penal, pensó que ya estaban en cuartos de final, mientras la pelota elegía reventarse contra el palo del arco. Las amenazas de muerte vinieron después.
Es sólo una arruga, pensó, pasando su dedo por la cara, en el oscuro.
A la mañana, desde el espejo la miraba otra persona.
Charlamos de mi abuela, que era bordadora. Lo hacía muy bien hace cien años. Esta mañana me puse a buscar por toda la casa, dónde guardó el mantel que me regaló anoche.
Adiós hermano, cuídate, dijiste
La dura tarde de tu despedida.
Una lágrima vi, y la escondiste
Junto al secreto gris de esta partida.
En la espalda los puños apretados.
Hermoso sol, tus rayos no me alumbran.
Un pañuelo hacia el rostro levantado.
Los días futuros tristes se vislumbran.
Tú miras adelante, allá esperan
Las ansias de vivir. Cielos lejanos
Verán tus ojos que hasta ahora eran
Los espejos de unos esfuerzos vanos.
Tu guitarra al tocar aquella copla
Que en rueda de amigos fue improvisada
Te hará recordar cómo el viento sopla
En el jardín que perdió tu mirada.
Se aquieta al fin el polvo de la tarde.
Suave perfume de jazmín cubre el dolor.
Sobre los techos hay un cielo que arde.
Dentro de nuestra casa, olor a pan, calor.
Sonia Ninoska Hornos
Nací en Tacuarembó, en 1951, cuando aún éramos campeones del mundo y Greta Garbo era la diva del cine. Terminé Magisterio en Montevideo, me exilié en Buenos Aires por 8 años y medio, y allí nacieron mis dos hijos. Volví cuando la gente abrió un poquito las puertas, en el 84, para ayudar, y estudié Biología mientras terminaba de criar a mis hijos y trabajaba. Sigo dando vueltas, hoy en Salto, ayudando a abrir puertas (o al menos ventanas) a los estudiantes.