El título está tomado del poema 8 del libro "El ojo en la piedra" de Leonardo Garet, poema que en su parte interior incluye estos versos:
"La casa que no era nuestra
ahora es nuestra para siempre
adentro de mi pecho"
El cuento homónimo, de Juan Carlos Ferreira, el que da el título a su colección que aquí presentamos, es el séptimo de los veintiocho que integran esta primera publicación en formato libro, es la primera, un motivo más para celebrarlo, porque inserta su nombre en la larga lista de escritores salteños.
Y por ser el cuento mencionado, el padre, de la obra, no solo reúne y congrega a todos los demás bajo su título, sino que también les otorga ciertas características comunes que dan a la totalidad ciertos rasgos "fisonómicos", que intentaremos analizar con ustedes, muy brevemente. Este cuento al que estamos aludiendo, y que le da el nombre al libro, puede dividirse en dos momentos distintos. Un presente en donde el protagonista visita su antigua casa, guardiana del pasado de su vida, que el personaje revive, sobre todo afectivamente, con la emoción del reencuentro consigo mismo, y su paraíso perdido, pero al mismo tiempo ese pasado aflora doloroso, porque se entera por medio de la nueva dueña, que van a demoler algunas partes de la antigua edificación para introducir reformas. Lo que equivale a enterarse de la destrucción inminente de ese paraíso. De esta noticia, el yo narrador saca como consecuencia la penosa constatación de que "todo lo sólido se desvanece en el aire". Y añade: "Dentro de mí llevo los días y la memoria”. Y transcribiendo los versos de Garet, en el poema anteriormente citado, concluye:
"La casa que no era nuestra
ahora es nuestra para siempre
adentro de mi pecho".
Lo que equivale por un lado, a la triste convicción de que la solidez de las cosas materiales, aún de las más queridas, no resiste los embates del tiempo. Y por otro, que los días, el tiempo que transcurre inexorable, destruye, modifica solo la realidad exterior siempre cambiante, pero no así, en cambio, la memoria, que permanece intocable. Ante ella, el tiempo es impotente. Antes, él estaba dentro de la casa. Desde ahora: la casa estará dentro de él, que la llevara, en su memoria.
Me he detenido en este cuento, pues por algo le da el título al libro que aquí presentamos. Y además, porque marca la tónica de la mayoría de los cuentos que integran la colección. Yo diría que el libro está escrito en la escala de la fugacidad de todo lo que nos rodea, porque el tiempo va construyendo y reconstruyendo sin pausa, modificando el entorno y a nosotros mismos en transformación constante.
"Todo tiene su tiempo, y su momento cada cosa bajo el sol", dice el Eclesiastés.
“su hora el nacer y su hora el morir. Su hora el derruir/ y su hora el construir"... (la cita es parcial).
Hay, pues, fundamentalmente dos tiempos, que se basan en un antes y un después. Desde el presente narrativo o histórico-que también es un pasado- aflora la visión que solo subsiste en la memoria, y que ninguna piqueta -salvo el olvido- puede destruir.
No quiero ser excesivo en citas: pero me vienen a la memoria, aquellos versos del genial Quevedo:
"Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuerte ya desmoronados/dela carrera de la edad cansados/por quien caduca ya su valentía". Claro que aquí hay más una referencia al debilitamiento del imperio español, para indicar que hasta los imperios se debilitan y decaen. Pero la casa es metáfora de muchas cosas en la literatura universal.
Santa Teresa hablaba de "tener siempre la casa en orden", aludiendo a la propia vida, y llamaba a la fantasía, "la loca de casa", refiriéndose no a la fantasía creadora, sino a la mera divagación que a nada conduce.
Y decíamos que es fundamentado en esta tónica de la inestabilidad de las cosas materiales, y de las mismas personas, que van dejando atrás características y prácticas propias de cada edad, porque en ella, también se desenvuelven muchos, si no todos, de los otros cuentos. Veamos solo algunos ejemplos: en el cuento titulado "El patio de la escuela", que se inicia de este modo: "En mi camino hacia el Banco pasé por la escuela" La escuela y el Banco son los dos escenarios, físicos. Se va de uno a otro en poco tiempo. Pero son también dos tiempos separados por el largo lapso de cincuenta años, entre la época del juego infantil de las figuritas en la escuela, y la reedición de la competencia, pero esta vez con tarjetas de presentación en la entidad bancaria.
El cuento titulado "A las cinco de la tarde", con reminiscencias lorquianas - las cinco de la tarde es la hora de la muerte del torero- y en el cuento de referencia, es el presente del cierre de un lugar emblemático del Salto de antes, la Confitería Oriental, de cuya rica y larga historia, el texto destaca un pasado que incluye la figura de Marosa y la mariposa convertida en su símbolo.
Otro ejemplo, se da en el cuento titulado "Juan Pirincho", cuyo protagonista, luego de perder su biblioteca y de un paréntesis de desenfreno, la reconstruye hasta el último de los títulos perdidos, que es el mismo título del cuento. "Colores primarios" presenta al protagonista en un bar a la espera de una entrevista retardada, y se entretiene contemplando en la remera de un joven tendido en la vereda de enfrente, los rombos azules y rectángulos verdes dibujados en su remera la que también ostenta completando los colores primarios, un círculo rojo. Es más tarde en el ómnibus de regreso que se entera, por un informativo la naturaleza de aquel círculo rojo, las circunstancias que motivaron la posición del cuerpo en el lugar.
Excepcionalmente, en el cuento titulado "2062", la relación temporal se da entre el presente y el futuro. Narrado en primera persona, el tema se desarrolla en la contemplación del cometa Halley por personajes que son, primero: papá, mi hermano y el yo narrador. Un sueño -o ensoñación- lo traslada al próximo pasaje del cometa, de ahí el título numérico del cuento, 2062, y en donde los personajes son ya el yo narrador, su hijo y su nieto.
Podría continuar con la demostración de lo que ocurre en otros cuentos, pero las muestras no necesitan multiplicarse, y porque la lectura de ustedes comprobará esta estructura interna de la anécdota en donde memoria y sentimiento sirven de vínculo entre las vivencias del pasado y del presente, o más bien, de dos tiempos pasados, uno anterior al otro.
La estructura externa, de los cuentos presentados, en general no tienen una linealidad continua, más bien se dividen en partes, algunas de ellas muy breves, de pocos renglones, que separan la sucesión anecdótica en fragmentos discontinuos, muchas veces con comienzos bruscos, cambios de escenarios y a veces también de personajes, y de temas. Pero frecuentemente provocan solamente interrupciones momentáneas, ya que más de allá de ellas, se retoma el hilo de la anécdota principal, en donde los núcleos principales quedan vinculados. Estas interpolaciones secundarias, algunas veces sirven de enlace, otras evitan que los núcleos importantes queden demasiado descarnados y pobres de referencia, pero sobre todo, y esto con gran habilidad de quien escribe, pueden servir de recurso para crear cierto despiste en el lector, y así lograr un impacto más efectista, al descubrir la relación de uno y otro núcleo, o los efectos de uno sobre el otro. En ese sentido, los finales, resultan novedosos, inesperados, sorpresivos.
Otro aspecto general a resaltar es el sabio manejo de la información. Porque todo cuento tiene su parte informativa. El éxito del mismo, muchas veces depende de cuando y donde se informa. Un dato fuera de lugar puede desbarrancar el interés. Léase, por ejemplo, con atención el cuento "Los championes blancos", y se verá la importancia de las últimas palabras, para clarificar aspectos, hasta ese entonces demasiado herméticos. El nombre del personaje que escucha, y que aparece disimulado en la mitad del parlamento de quien habla, resulta esclarecedor para unir los cabos sueltos que retardan la interpretación.
Algo parecido ocurre en "El árbol permanecía iluminado", donde recién en la descripción final, se dan argumentos para desmentir las acusaciones de que era objeto el protagonista por parte del vecindario. Parecería así que el escritor jugara con el lector y encendiera en él no solo una convicción, que a la postre resulta falsa, sino también le arranca un sentimiento que al final debe modificar. Podrían añadirse muchos ejemplos más: las últimas palabras del moribundo en el cuento "El Olvido"; el parlamento final del gerente del banco en el cuento "El patio de la escuela"...
En fin, la sabia disposición del material, con las palabras necesarias y los silencios de los espacios en blanco, que a veces también hablan, diálogos esclarecedores, forman un todo que puestos en el fiel de la balanza, marcan el equilibrio justo. Nada falta. Nada sobra.
Esta técnica vanguardista basada en la ruptura de la linealidad, la fragmentación anecdótica, la austeridad verbal, que obliga a la participación del lector, -no son cuentos para lectores distraídos- que encontrará diseminadas en el texto algunas palabras claves iluminadoras, y necesarias para el desciframiento, o bien suplir con su imaginación los silencios, constituyen un aliciente para un trabajo de búsqueda que concluye con el trofeo del hallazgo, del descubrimiento, de la contemplación. Porque un buen cuento es también una entidad artística, aunque no basada en formas o colores, o sonidos, sino en la más pura esencia de la imaginación, y de la palabra, que no solo indica, define o expresa, sino que también sugiere, da a entender, sin decirlo.
Esta brevedad de los cuentos, no impiden, precisamente- por el magistral uso de las palabras,- trazos sumamente precisos para delinear ambientes, lugares, situaciones, caracteres, conflictos, desenlaces, y personajes. Estos, los personajes, quedan bien delineados, las más de las veces, simplemente mostrando cómo actúan. Sin necesidad de largas descripciones ni abundancia de adjetivos.
Así, por ejemplo ocurre con Marcelo en el cuento "Después de la caída", personaje en un primer momento con una vida fastuosa en comida, bebida, cigarrillos, su vida disoluta lo lleva a un miserable pasar debajo de la escalera en una casona en ruinas contando una a una las papas fritas que le quedan, y con un montón de diarios e irónicamente con una caja de cartón vacía de un televisor de la misma marca que tenía en sus mejores tiempos en su casa. Ahora tiene que ir a mirar televisión a la vidriera de enfrente.
Y volviendo al cuento, "La Casa que no era nuestra", la señora María Fernanda Sáenz del Solar de Fernández Baigorria, cuando cuenta su antojo de incluir en la reforma de la casa un muro interior de adoquines, y que confía en la sabiduría de su amiga Solange que estudió un año y medio arquitectura. Casi dos (como si la diferencia fuera como para tenerla en cuenta), y que se inspira en una revista mezcla de "Diez consejos para remodelar y Susana nos muestra su casa", y que su marido Juanjo juega al pádel con un calculista ¿o contratista?, Algo así,-dice- como si fuera lo mismo, bueno. El visitante que quería ver su antigua casa, termina yéndose. Mientras escapa de tanta fanfarronería y veleidad, murmura simplemente un i Pobre tipa!. Creo que el lector no precisa más. Es innecesario calificar tanto desatino.
El escritor demuestra así un logrado oficio, al que han contribuido sin dudas, sus anteriores publicaciones en periódicos locales, su talento natural, y el taller literario que ha perfeccionado al narrador. Que este sea su primer libro publicado, no significa que es debutante en el oficio de contar.
Y para terminar, hemos hablado del libro y del narrador que está en el libro.
Ahora, unas palabras finales al autor, al escritor que está aquí. El buen camino del libro queda abierto,. Creo que es cierto aquello de que quien bien comienza, está mitad de camino. Que este camino sea largo. Que haya muchos libros más en el futuro. Muchas gracias.