"El sabor de los viajes”, el nuevo libro de Leonardo Garet, ilustrado por Mario Perillo

 

El sabor de los viajes

El vertiginoso ritmo de publicaciones que tiene el escritor salteño Leonardo Garet, ha dado otro fruto: acaba de editarse el libro “El sabor de los viajes” (Publicaciones La Casa del Río, 96 páginas).

Con más de una decena de ilustraciones de Mario Perillo, también salteño, el libro reúne un conjunto de textos a los que bien podría llamarse crónicas poéticas.

Los innumerables viajes que el autor ha realizado a lo largo de su vida (pero sobre todo en los más de 50 años que lleva desde haber publicado su primer libro), dentro y fuera del país, dentro y fuera del continente, son traídos ahora a estas páginas con imágenes poéticas que dan la idea de fugacidad, de pinceladas rápidas sobre este o aquel lugar: “Ya he perdido las fechas exactas de cualquiera de estos viajes y me queda de ellos apenas un sabor. Los recuerdos se van volviendo casi incomunicables. Los puede salvar una intuición poética”.

Ahí está dicho: si la poesía se inserta en la crónica, rescata mejor las cosas que guarda la memoria y, a su manera, transmite y comunica. Porque más allá de los detalles de una ciudad, importa hacer llegar al otro (al lector) las sensaciones que ella provoca. Esa es la idea.

Intercaladas con las páginas de crónicas, hay también otras con fragmentos más breves, que parecen “imágenes sueltas”, que más todavía dan la impresión de una pincelada al vuelo, que parecen arrojar más aún el sentimiento de fugacidad (¿propio de todo viaje?), fragmentos como este (¿verdaderos poemas?), que también se lee en la contratapa:

“No vayas a perderte -fue la advertencia- Capadocia tiene casas como cuevas y El Cairo tumbas que ofician de casas, Roma da a luz murallas como la tierra crisantemos y tus piernas no resisten los terrenos escarpados.
Vamos poco a poco -contesté- con un barco, un tren y caminando se desanudar los laberintos”.

Aquí, a modo de brevísima muestra, el primero de los textos, que funciona de alguna manera como introducción general:

“Hay ciudades que parece que desde ellas se debe comenzar un viaje que sea todos los viajes. Roma, por ejemplo, porque desde las columnas y muros sobrevivientes puede implosionar el imperio. En cualquier momento se despliegan las legiones cubriendo los caminos como si fueran ríos que empezaran a correr.

O Esfahán, bautizada en otro tiempo "mitad del mundo". Los jardines de Esfahán te toman del brazo para recorrer juntos el camino hacia el altar de la belleza.

No digo Atenas o El Cairo, digo Jerusalén, porque allí se anuncia no un nacimiento sino una resurrección. Jerusalén, con sus tantas líneas que se cruzan proclama que podremos llegar a tiempo. Recorremos entonces los muros con la mirada ansiosa por descubrir si queda alguna olvidada esquirla de milagro.

Un viaje es una experiencia de amor. Si no se pisa una tierra con predisposición a amarla se pasa sobre ella como por rieles que no la tocan. En el libro Viajes con mi tía, de Graham Greene, leí: "Tu padre fue un gran viajero". Y el sobrino contestó: "¡Pero si no salió de Londres!" Y la tía aclaró: "Tuvo muchas mujeres, lo cual es lo mismo". Aplica a lo que digo. Viajar es una relación de amor. Puede haber viajes pasionales, idílicos, fugaces, inolvidables, dolorosos, deslumbrantes y reveladores. No puede haber amores indiferentes, ni tampoco viajes.

El que va de un lado al otro sin disfrutar cada tramo del viaje simplemente se desplaza”.

       
 

 

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