ESCRIBIR EN ÁMSTERDAM

 

El Nauta

 

La poesía de Julio Garet Mas:

historia de una vida, crónica de una escritura como destino

 

Por Gerardo Ciancio

“de descubrir la hermosura

de lo simple y primordial”

JGM

 

“El goce, el goce estético cumplido”

JGM

 

1. La multifacética figura de Julio Garet Mas (Montevideo 1899 - Salto 1984) en el sistema cultural uruguayo, y agregaría, regional, no ha sido aún considerada en su verdadera dimensión. Hombre de letras, intelectual, poeta. Garet Mas desborda estas aproximaciones. Fue poeta, sí, de variados recursos, posibilidades, repertorios retóricos, prolífico creador. Fue periodista cultural, sí: Numen, la revista que dirigió en Montevideo y en Salto durante años, sea quizás su obra más caracterizante en este aspecto. Docente, polemista cultural; hombre de ideas políticas apoyadas en su propia producción periodística y discursiva. Viajero impenitente. Conferencista profesional. Crítico literario durante toda su vida. Estudioso de la dimensión histórica de algunas figuras célebres de nuestro devenir. Gestor de proyectos culturales variados; frecuentador de tertulias. Biógrafo; cuentista [1] ; prosista de variedades; jurado en eventos literarios; corresponsal de medios extranjeros; testigo implicado del suceder histórico en Uruguay y en otros países de América Latina; editor; integrante de asociaciones culturales, sociales, incluso de protección a los animales. Promotor de nuevos creadores; incentivo y referente para los habitantes inquietos de Salto, su ciudad adoptiva desde 1945. Lector fervoroso. Padre [2] , esposo [3] , hijo [4] , hermano [5] , nieto [6] . Una vida profunda, cargada de búsquedas, contemplación y acontecimientos dentro y fuera de su imaginación.

Un rasgo puede dibujar el territorio de su poesía, o bien perfilar el sesgo de su vasta producción y su dilatado quehacer: el perfeccionismo. La perfección como un logro a alcanzar, como una meta que entusiasma y acicatea la tarea diaria, el oficio del hacedor. Al mismo tiempo, leyendo sistemáticamente su obra, revisando su labor de casi setenta años de escritura, esta necesidad de alcanzar el perfectible, sin darse tregua ni hacerle concesiones a facilismos, modas, ismos o decires en boga [7] , se acompaña o complementa, estrechamente, con su gesto de humildad, su entrega desinteresada, su honesta mirada sobre el hecho cultural. El asumir el soneto como la forma señera de su producción lírica, nos habla de esta tendencia perfeccionista. El soneto es una forma que llega a Garet Mas con setecientos años de uso. Siete centurias de amasar, macerar, recorrer esos catorce versos, parecen demasiado tiempo y forja sostenida, como para hacer el intento de frecuentarlo. A esta dificultad, se suman las inherentes a la estrofa que nos legó la península itálica. No obstante, Garet Mas transforma esta matriz convencional del género lírico en una fuente de posibilidades. Su ductilidad, su repertorio de recursos, su conocimiento disciplinado del soneto, lo llevan a componer cientos de textos estructurados en este “molde”.

Dejo aquí indicado que el corpus de sonetos de Garet Mas se instala en lo más logrado de su tradición secular, empero, intentaré abordar ahora algunas facetas y aristas que singularizan su obra poética, sin desmedro de la existencia de otras líneas temáticas y retóricas que componen su producción lírica y que esperan del asedio crítico riguroso.

 

2. La escritura poética, el poeta, las formas

“Oh la esbelta palabra, -forma henchida

de fragante y melódica ternura- “

JGM

 

La poesía de Garet Mas está determinada desde sus más remotos comienzos, desde su producción adolescente, por la tematización de la escritura creativa. Es decir, en muchos de sus poemas se escenifica la poesía, el poeta, la forja del lenguaje para que devenga en obra de arte verbal, las sugerencias a un destinatario (posible poeta), el lector de esa obra, la autenticidad del discurso lírico como único destino, incluso, como trascendencia y salvación. De ahí que esta antología establezca esa marca de autor desde un inicio: “Evangelio divino”, puede ser interpretado desde este lugar, como un auto de fe poético, una poética en ciernes, una forma de encarar las instancias de producción y recepción de la poesía. Sorprende sí, la madurez del poeta en su primera juventud, para resolver en este logrado soneto tantos tópicos metapoéticos.

Es en este sentido que Manuel Benavente, al prologar el libro Estrellas errantes, dice del soneto citado, que abre el primer volumen del vate:

“Tener apenas quince años y escribir sonetos como el que precede, es poseer títulos más que suficientes para reclamar un modesto puesto en las filas de la juventud que sueña y piensa.”

Como establecía más arriba, aunque mirando desde otro punto de vista, puedo afirmar que si algo se presenta como una marca de autor, desde el punto de vista de la matriz convencional elegida para dar cauce a su obra, es la preferencia por el soneto. Más aún, la calidad, técnica y dominio de esta forma que demostró Garet Mas a lo largo de setenta años de poesía. Quizás el libro paradigmático en este sentido, sea, en el corpus garetiano, Cien sonetos, los que en palabras del poeta: “el autor considera los mejores de su acervo hasta


1945”

. Si bien, lo reconoce Garet en estas palabras liminares, firmadas en “Salto, Uruguay, diciembre de


1947”

, hay un trabajo incesante de re-escritura (“sus composiciones han sido corregidas, mejoradas”), el control retórico sobre esta forma varias veces centenaria, y la ductilidad para acendrar la estrofa, destacan su oficio de poeta, en tanto la encarnadura del texto promueve un “grado de eficacia” como efecto de lectura en la instancia receptiva y una “limpia y absoluta sinceridad” como preocupación ética en la instancia de producción.


En el libro El Nauta, un intencionado homenaje a Piero Della Vigna, precursor medieval del soneto [8] , Garet Mas construye una verdadera poética de esta forma lírica. No es casual que el autor de Cien sonetos y de muchos otros textos de la forma que hizo brillar Quevedo no incluidos en ese libro recopilatorio, titula su ofrenda al italiano “El soneto”. Como Lope de Vega, como Herrera y Reissig, como Jorge Luis Borges, como Sabat Ercasty, como lo trabaja hoy en día en nuestra Montevideo, el poeta Jorge Meretta [9] , Garet Mas se instaló en los catorce versos con confort creativo, con familiaridad por lectura y por uso, con destreza y manipulación técnica admirables, que reitero [10] . El primer terceto es una buena síntesis de esto que afirmo:

 

“Catorce versos, y en tan breve canto

lo eterno de un deleite o de un quebranto

de un fácil espejismo o de un destino”

 

Desde este lugar, podemos decir junto a Walter Rela [11] que: “En tres notas podríamos destacar sintéticamente la trayectoria de este “hombre-soneto”, como lo llamó acertadamente Juan Carlos Sabat-Pebet: su precocidad –asistía de pantalón corto a las tertulias literarias del Café Británico y publicó su primer libro Estrellas errantes, con quince años; en segundo lugar, su generosidad, porque alentó sin retaceos a los contemporáneos suyos, uruguayos y argentinos; y en tercer término, su condición de viajero: a los diecinueve años inició su primera gira de recitales, que sería seguida ininterrumpidamente por otras, de recitales y conferencias, que lo llevarían a todos las ciudades y pueblos de Uruguay, Argentina, Brasil, Chile y Perú.

Garet Mas fue un poeta que manejó con singular maestría –“verdadero maestro del soneto”, lo definió Arturo Capdevila, las formas tradicionales. Y todo al servicio de la celebración de los goces sencillos de la vida, de la amistad, el amor, los viajes.”

Esa caracterización del adolescente- soneto, parafraseando el epíteto de Sabat Pebet citado por Rela, ese joven poeta, hombre-palabra (palabra en función estética, particularmente), toma cuerpo en los versos del poema “La voz mágica” del libro El hilo de Ariadna:

 

“La mágica palabra. En la revuelta

hora, se piensa en ti. Cuán sugerente

fuistele al soñador adolescente,

por musical, por cálida y esbelta.”

 

Ahora bien, debo remarcar sin temor a equivocarme, que antes que cualquier tópico, motivo o asunto literario, en la poesía de Julio Garet Mas se tematiza la poesía. Es decir, en su escritura las preocupaciones por el ser poeta, el devenir del poema, los procesos de escrituración poética, los tipos de poetas, el destino del poeta y de la poesía, vertebran un discurso que, no obstante, no desatiende muchos otros aspectos y temas posibles. Pero asistimos, en primer lugar, y luego de leer el vasto corpus poético del autor de Fidelidad, a una poesía que se presenta como metapoética. El poeta viste “traje de palabras visto”, es un ser de lenguaje, arrojado al lenguaje, ataviado de lenguaje. Lo acompaña el ensimismamiento, la reconcentración, la necesidad del silencio para la reflexión de su inteligencia emocional, para, en definitiva, la emergencia del poema en tanto producto final de un largo proceso:

 

“¿Y el poeta? Sueña echarse

cara al cielo, frente a todas

las estrellas, dialoguistas

de plática silenciosa.”

(“Con las estrellas”, El Nauta)

 

El tópico de la poesía como tema poetizable impregna la discursividad garetiana: “la canción nacida / de numen y de hora santa” (“Con los olvidados”, EN). No es este un abordaje gratuito: Julio Garet Mas es un hombre del siglo XX y es en este siglo en que el arte se vuelca autorreflexivamente sobre y hacia sí, se vuelve “tema” de sí mismo. Leemos en el texto “A un poeta”: “La poesía es misterio”. Obvia, pero no falsa afirmación. Como tal, también es enigma, incertidumbre de origen, tensión en el trance de su suceso. De ahí que Garet Mas, le otorga incluso, una dimensión de trascendencia y sobrenaturalidad. La poesía es así mundo y trasmundo: “El verso es el don de arcano / En su hora de trascender;” y a su vez, “tiene el favor /de lo sobrenatural”.

Podemos transferir al trabajo poético de Julio Garet Mas, las palabras que en un lúcido trabajo sobre la obra de María Eugenia Vaz Ferreira, el autor destina a la poeta: “[…] su instinto rítmico tenía la más pura expresión en el verso, un verso rico en matices y resonancias, que surgía fluente, pero era sometido a lento proceso de alquitaramiento.” (Bocetos y Semblanzas, pág. 46) [12]

Vale además reconocer la presencia del canto de las aves (la figura del ave [13] es en sí misma una constante en la textura poética de Garet Mas) como metaforización de la poesía en tanto producción estética. Por ejemplo, en el poema “Balada” (El nauta), pleno de la candidez de cierta poesía de Rafael Alberti y del Juan Ramón Jiménez baladista, el ave es asociada a la creación, a la comunicación, al anuncio a través de la función del canto. Recoge la tradición del motivo poético del ave cantora, caro a Juan Cunha, Fernán Silva Valdés, pero tan antiguo como el romancero tradicional en nuestra lengua.

En el poema “Saludo” del mismo libro, la poesía aparece como ofrenda a la vida, el canto es una dación, un darse de sí al prójimo. El ala, sinécdoque del ave, es el puente hacia lo otro, hacia el trasmundo, “un más allá remoto”.

 

3. La poesía, ese destino


“Y en tanto en derredor rugen las olas,

estarse a solas con

la Poesía;

con lo que no naufraga estarse a solas.”


JGM

 

También la poesía es asumida como un destino. Un sino que se vislumbra en la primera adolescencia y al que se tiende durante todo la vida, hasta lograr esos “arrobos en palabras convertidos”. Se acata el mandato genético o divino: Garet Mas es poeta, disfruta y sufre este acontecimiento:

 

“pero la gracia mi interior anega,

y el verso nace cuando estoy más solo.”

(“Con las estrellas”; Cien Sonetos)

 

“Gracia” que lo inviste y dispone a la poesía, pero que no le ahorra sinsabores, momentos de “sequía”, de orfandad del “numen”. Rezan estos versos de “No abro siquiera un libro” de Los ruiseñores ciegos (1947):

 

“No abro siquiera

un libro, y la cuartilla en vano espera.

¡Oh mi amada, corpórea poesía!”

 

El hombre se sabe en esa tensión finitud / infinitud, enclave que tensiona más aún al creador. Una zona de riesgo, el borde de un abismo es el recorrido, por siempre, del poeta. Por ello leemos en “La vida sensible”, incluido en Fidelidad (1965) su último libro de poemas publicado,

 

“La embriaguez de infinito

hará que vibres tu canción de siempre,

pero nunca, oh poeta, proyectarás tu abismo.”

 

Siempre atento a sus antecesores en el discurrir poético, lector de sus contemporáneos en la coyuntura de vida, promotor de sus sucedáneos en el oficio de la escritura, el poeta sabe que el texto poético es una suerte de carrera de postas. Un architexto que entre todos estamos escribiendo. Una llama no apagable, un gesto que proyecta al hombre en el tiempo o lo descubre en un destino compartido. Otro oficiante de la belleza sustituye y representa, simultáneamente, a su antecesor. El territorio de nadie, el intermezzo que da lugar a la continuidad del discurso lírico, se resume en esa bella imagen del “ligero temblor” que hallamos en el poema “Tribulación y júbilo” del libro El hilo de Ariadna (1964):

 

“Sé que esta voz ha de apagarse, pero

otras vendrán. Infundio me parece

el que mi interno mar que no decrece

sea, por ley fatal, perecedero.

 

Extínguese un poeta; hay un ligero

temblor, no más, y al punto otro aparece,

cultor de la que todo lo embellece

(la hermana de la rosa y del lucero).”

 

Las consideraciones sobre esta tópica, nos permiten refrendar más aún la publicación del nuevo libro que hoy se suma a esta colección salteña. Desde su enigmática “Dedicatoria”, texto fuertemente apelativo, destinado a ese “gran amigo mío”, receptor de la “ofrenda” (el poema, la entrega por la escritura), “captador de matices” (condición sine qua non para un lector de poemas), El Nauta se nos presenta como un libro sugestivo y multiforme, digno de su alumbramiento desde la ineditez.

El destino poético, como quedó claro, no es una asunción en solitario de Garet Mas. Por el contrario, su clara noción de que está frente a un acto estético compartido (compartible),que los poetas son legión en un devenir sin fin, que la genealogía de la escritura poética es un gran palimpsesto que transcurre y se re-escribe a pesar de cualquier circunstancia, catástrofe o etapa que la historia de la humanidad atraviese, se vislumbra en sus poemas. Especialmente, quiero señalar hacia ese puñado de sonetos aglutinados bajo el paraguas nominativo de “Teoría de los poetas” en la versión que leemos en el libro Cien Sonetos, y que esta antología ofrece con idénticas características. La serie está integrada por nueve sonetos. El conjunto forma una poética, pero también, configura un discurso teorizante sobre una suerte de tipología de los poetas que realiza Garet Mas, con ternura, humor, pero sin perder el rigor formal y del tratamiento del asunto. Los poetas “precoces”, a los que “tempranamente hervía su frente alucinada”, se complementan con los “ancianos”, aquellos “los bardos longevos que engendraron belleza”. En cuanto a los “sedentarios”, en los que parece incluirse el enunciante lírico desde la pronominalización en primera persona del plural, dice:

 

“Cantamos, sin herida mortal de la zozobra,

pegados a los lares, con ellos confundidos.”

 

Otro tanto parece suceder con los “viajeros”, con los que (esta vez no por el recurso pronominal) el poeta se identifica por razones de vida, de vocación, de millas recorridas con y tras la palabra:


“Los vates que apetecen humanos auditores,

caminan y caminan buscándoles”

 

Una zona más oscura, más propia de un Ícaro o de un Altazor frustrado, se reserva para el poeta “fracasado”, una forma de devenir en no-poeta, en remedo de, mero mohín que perece apenas emergente. De ahí el verso lapidario que resume este prototipo, aún no extinto: “Cesa el fuego de un numen sin haber culminado”. Delirio, soberbia, falso orgullo, luminarias inconsistentes: una historia que retorna con la Historia.

Por esta galería garetiana, desfilan “los silenciosos”, “los olvidados” (para los que el poeta reclama cierta forma de la justicia). De la naturaleza de los “fracasados” son “los falsos poetas”, a quienes:


“Se les mira aplicados al propósito inútil

de suplir con palabras el divino temblor “

 

Se cierra el desfile de tipos poéticos con “Los que vendrán”, el futuro incierto/cierto de la poesía. Son los creadores que sostendrán la trama, la textura del poema en cualquier circunstancia; los que le dan paz al alma del poeta y a su conciencia que se sabe continuada en los otros:


“¡Oh poetas! El mundo levantad, sensitivo

hasta el fin de los siglos al conjuro del verso!”

 

Considerando que su escritura surge desde una gestualidad imbuida del decadentismo decimonónico finisecular, y no exenta de un tono humorístico, podemos sumar a esta “tipología” o “teoría” (en tanto camino, también) de poetas, a “El poeta-sátiro” del quinceañero Garet Mas de Estrellas errantes:

 

“Nuevo Tántalo soy insaciable por gracia

extraña…Bebo, existo un siglo en cada instante

¡Y estoy sediento aún! El Averno llameante,

marchitará la pompa faunesca de mi audacia.”

 

A medida que nos adentramos en la lectura de sus libros, más que clara se va haciendo la relación poeta /deseo/escritura. Esta última es el resultado de la acción a la que lo arroja el deseo. Una voluntad de ser y de ser-poeta, podría transformarse en una satisfactoria definición de la intencionalidad poética de Julio Garet Mas. El amanecer, es un nacer a la poesía, al deseo de generarla:

 

“La recién despertada mente hilvana

rimas en que prender quiero el lucero”

 

Sin desmedro de lo arriba anotado, es necesario aclarar que también el rol del “vate”, del poeta, el creador, es abordado con un sesgo humorístico. Julio Garet Mas se asume poeta, pero sabe asumir ese sitio en la vida y en la sociedad, desde muy joven, con sentido común y sentido del humor. Precisamente, el poema “El vate” dedicado a Manuel de Castro en el libro Fuego y mármol (1922), informan de este asunto con claridad meridiana y en un ritmo ágil, no menos logrado que el de muchos de sus sonetos:

 

“Bebe el vate cerveza.

Mira el cielo. Bosteza.

Una elegía empieza.

Escribe. Con pereza,

los ritmos adereza.

 

Pasa un vil botarate

que se ríe del vate

que fruslerías junta.

Don Jacinto en su puerta toma mate

y la tarde es difunta.”

 

4. Los seres, las cosas, los paisajes

El amor por la naturaleza, por el paisaje, por el entorno y sus seres animados o no [14] ; el gusto por la contemplación como un acto de éxtasis (o de posibilidad de la creación); el regocijo en el detalle, de pronto para otros nimio o intrascendente, que nos ofrece la vida diaria, construyen toda una zona de motivos poéticos que impregnan la producción de Garet Mas. En Versos, encontramos el poema “El pan”. Allí, imágenes como la siguiente, dan la tónica del segundo libro, en el que comienza a alejarse de esa primera malditez decadentista que, más interpretable como pose de época, satura muchos textos de su primer libro:

 

“¡Oh la visión de las rientes espigas,

celebrada en los ecos de las tiernas cantigas

La harina es una hipérbole de blancura.”

 

El poeta es el deambulante, equis andacalles, el viajero, el paseante solitario, meditabundo. El paisaje otro: no el de Falco con calles “de sube y baja”. En el poema “Añorándote” leemos: “La montaña /su mole maternal yergue”. La naturaleza es una y diversa. Procede también de esa mixtura que arroja la recuperación del amor por la nostalgia. Un caminar por la ciudad que escenifica el paisaje en el discurso poético al consustanciarse con el entorno que trae reminiscencias de la amada. Esa añoranza se vuelve “emoción del arribo”; del llegar a la amada, al lar, a sus afectos “en todos halla rosas /quien ambula lejano de patrios alcores”.

Al encontrar un “guijarro” (“El guijarro precioso”, en el libro Poesías) el caminante siente el hallazgo de un tesoro, un evento irrepetible, una oportunidad casi para enfrentar las asimetrías que nos depara la vida (“la cabeza de Goliat”). La valoración de lo que ofrece la naturaleza, su mirada comprehensiva, la interpretación de los signos que el universo nos depara en lo más sencillo, son una invariante en la obra de Garet Mas:

 

“Esta piedra es un tesoro

que nadie ha de codiciar.

La he de tener a la mano.

Del viento defenderá

a la hoja suelta, de esbozos...

y he de guardarla, además,

por si la reclama un día

la cabeza de Goliat.”

 

En el espléndido soneto “El vuelo” del libro Versos [15] , antecedido por el motivo dariano que instala la dicha de ser en la piedra y el árbol, por oposición a la desdichada incertidumbre de los seres humanos, Garet Mas, focaliza desde la voz de un águila (las aves, como registramos más arriba, acompañan toda su obra) la exclamación: “Dichoso tú, peñón, que no subes!”, “Dichosa, hoja que al fondo del abismo resbalas.”

En un plano metafórico, el vuelo ebrio del águila, es el viaje por la vida del Hombre. Límites, obstáculos, posible caída en el exceso (la hybris), cercan y condicionan nuestras vidas. Somos el águila gareteana: “tropieza el ave con la línea del cielo”, una versión más de Ícaro.

El sobrevuelo del cóndor en el breve poema “Instante”, del mismo libro, nos transfiere a una dimensión similar: ahora es la soledad del hombre entre las dos grandes áreas que nos contienen: el mar y el cielo. Transcribo el texto completo, ya que no figura en la presente antología:

 

“A orillas del inmenso piélago marino.

Caudal cóndor atraviesa el espacio.

 

Mientras el pescador la red sumerge

en la verdiazulada y quieta linfa, pensando

en la buena mujer y en el recién nacido,

yo hallo un sonoro ritmo que mi orfandad consuela,

y con ojos fraternos, miro el soberbio pájaro.”

 

5. El prójimo / él mismo

 

“Es un hombre... un enigma... es un hermano”


JGM

 

Me interesa destacar, en este trabajo, esa relación con el prójimo que establece Garet Mas en su obra: su objetivo, sentido de la vida/escritura “de ver más puro el corazón del hombre”. Más arriba decía que homenajea al creador histórico del soneto, otro tanto lo hace con Cervantes y sus criaturas, también con sus colegas, los poetas, con su propio hijo en un entrañable libro El hijo tierno (1952); no obstante, el poeta ofrece su escritura de homenaje a los seres anónimos, casi invisibles, cotidianos. Por ejemplo, aquellos que pueblan la “ignorada y pobre / taberna suburbana”, que beben “el luminoso vino”, los que en hermosa figura con fluencias falquianas, son convocados por los versos de alabanza (eso en definitiva es el “loor”):

 

“Loor a la locura

de los dueños del alba”

(El nauta)

 

Si bien también la asunción de la soledad se asume como condición inmanente al ser humano, como sino en este viaje, en este bogar de nauta por el tiempo, es motivo de la queja, o, por lo menos, del tono cuasi-elegíaco cuando se asoma el dolor: “De idéntico garfio heridos,/somos una soledad.” (“Silencio”, El nauta)

La alegoría de la vida se sintetiza en el soneto “El Nauta”: bogar, llegar a puertos, nutrirse de arcanos, dejar una memoria a los que quedan. En este soneto, Garet Mas dejó uno de sus mejores trabajos en lo que respecta a su obra inédita. También deviene este viaje, en un bogar de la conciencia, en un navegar hacia nuestros subterfugios más íntimos. Un buscarnos que puede llevarnos el tiempo de una vida, incluso, dejar el viaje inconcluso: “va el nauta hacia una playa que ha visto en su interior.”

En el poema “Virtud sencilla”, escrito casi desde un tono evangélico, en búsqueda de la misericordia, la “virtud sencilla”, supone el camino largo, el que sostiene y propone el poeta. El texto se instala en un juego de oposiciones en paralelo, la dialéctica del “facilismo” del actuar humano y la necesidad y anhelo de una senda compleja: la del amor al prójimo, la dificultosa, la que vale la pena seguir.

Los espacios abiertos, colectivos, significan, muchas veces, un lugar ajeno a la concentración y al recogimiento del creador. Por ejemplo, en el poema “La calle”, la multitud, los espacios compartidos por el hablante lírico en tanto debe volverse sujeto público, inmerso en el bullicio de la calle, de la urbe que lo rodea, advienen en cartografías no estimadas. Como en Líber Falco, en la poesía de Garet Mas, parece, por momentos, que se vuelve inhóspito el paisaje urbano, de ahí “lo corriente y lo inaudito, lo sin ley de la calle”; y la resolución de regresar a la armonía: volver a “lo estable y permanente”, asumir el mando de uno mismo. Puede leerse esto, también, considerando la condición de viajero, de conferenciante/viajero, de poeta/viajero del autor, como un ensimismamiento, un vuelo al sí mismo, como oposición (y reflejo) del ser de los otros

El recorrido en tren puede leerse también alegóricamente, como la vida, “es un misterio”. La experiencia del viajero (experiencia vivida durante años de viaje en tren por el propio poeta) no siempre se torna grata. En el texto de Garet se lee con claridad un plano más denotativo – el viaje en tren por el campo, solo, cruzando túneles-, y un plano alegorizante, que convoca a una interpretación ontológica: “el no ser nada y ser todo;/ auge tras el desaliento”. De alguna manera, la poesía de Garet Mas se nos aparece como una poesía del canto sufriente, de la conciencia de ser en sí mismo ese ser sufriente que resuelve parte de su destino por la poesía (“El viaje misterioso”, El nauta).

En esta dirección de búsqueda de nuestra naturaleza a través del conocimiento que puede proporcionarnos la poesía, es que en el poema “Vanidad” del libro Tempus Fugit, el locutor lírico cae en la cuenta de su (nuestra) condición existencial: es (somos) “ínfima sombra”, “pálido remedo”:

 

“Cae de mis ojos la engañosa venda

y en la corriente especular de un río,

 

miro al fin lo que soy y lo que puedo:

ínfima sombra y pálido remedo

colmos de absurda vanidad, Dios mío.”


6. Somos el tiempo

Ese tiempo que huye, que se evade y nos deja a la saga permanentemente, o nos lleva en su propio devenir, si es que el tiempo es nuestra sustancia (somos ese Tempus fugit), nos conduce a revisar todo el corpus gareteano, y estamos así, en condiciones de afirmar que el tiempo es la dimensión preferida del poeta: el viaje, el recorrer, el bogar, el vivir, el devenir de la propia cadena discursiva que se realiza en la dimensión temporal. El tiempo es también el tiempo mítico, la emergencia de un mundo casi irrecuperable, pero que la palabra poética nos brinda: “está lejano el tiempo en que me hundo”.

En el poema “Soy rural”, la dimensión mítica de la poesía se alimenta en los fondos del tiempo. La posibilidad de re-crear el mito, de escenificar la escrituración del mito: “mientras Homero elaboraba el mundo / mágico de


La Ilíada

y

La Odisea.”

 

Componente inseparable del tiempo es la muerte. En el poema “Imaginándola”, las duplas tan complementarias como oximorónicas, muerte y vida, muerte y amor, concurren. Ambas energías se anulan, se convierten en el eje que nos vertebra. La muerte está presente, no como una compañía vallejiana cotidiana (“con mi muerte querida y mi café”), sino como una instancia que, cuando aparece, se abomina. Me interesa destacar la originalidad de los epítetos que el poeta construye para designarla: “La sin perdón”, “La sin entrañas”. Otros epítetos sobre la muerte, podremos observar en el poema “Ajena a lo nuestro”: la de la carrera errante”, “la del designio siniestro”.

 

7. El amor / Erotismo


“el miraje de artista enamorado”

JGM

Recogiendo las tradiciones romántica y modernista (aunque de alguna forma Garet Mas es, en sus inicios, contemporáneo del último modernismo latinoamericano), el poeta indaga, desde el lugar que proporcionan el conocimiento estético y sensible, el tema del amor. La amada es una nostalgia, un bálsamo y una salvación, esto queda patentizado en el último terceto del soneto “La mano” del juvenil libro Fuego y mármol

 

“Y me parece que tu mano franca

de lo más hondo de mi ser, arranca

la grisácea raíz de la tristeza.”

 

Un verdadero ars amandi es el soneto “El amor”, incluido aquí en El Nauta: el amor, el dolor, la muerte, parecen cabalgar juntos en la vida y en la poesía. Garet Mas repone esta tópica de los siglos de oro. Actualiza el discurso, no el contenido: el amor hiere, lastima, es una forma del dolor a la que nos entregamos. Y, paradójicamente, es manantial, frescura, “agua de altura”:


“De Amor llega la límpida frescura

de vertiente que templa; agua de altura

que es al valle prodigio de su suerte.

 

Amor…un signo aciago en mi carrera…

Mal viento…garras…emboscada artera…

-Dame, oh Dolor, su gracia hasta la muerte.”

 

En el mismo libro, el soneto “En camino” de atmósfera machadiana [16] , dramatiza en la escritura y frente a los ojos del lector, esa suerte de espera del amor con una caída de la fe. El remate “Aguardo, sí, pero en camino, /entre ángeles y monstruos, hacia ella”, considero que es el aporte original al motivo poético de la espera amorosa.

El juvenil Garet Mas, cargado de erotismo que raya en lo lúbrico, se deja llevar por un trance inspirador que deviene en una discursividad amanerada, cargada de una retórica alimentada de clisés y lugares comunes del modernismo decadente. Esto no fue exclusivo a su obra inicial, sino que estaba en el espíritu y la sensibilidad de época. La siguiente estrofa del primer libro del montevideano devenido en salteño, alcanzan como muestra suficiente para ilustrar lo antes afirmado:

 

“Cuando el placer sensual pone su sello

magno en la vida joven, de

la Muerte

huye la sombra… Pide y busca verte

junto a la primavera de un cabello

desordenado en una blanca almohada

noche a noche; a la carne inmaculada

de una mujer en lúbrico delirio,

que sea eficaz remedio de tus males,

compañera de amor en tu martirio

y adicta a los pecados capitales.”

 

8. El caso Delmira

“Tu verso, de raíz ultraterrena…”

JGM

Cuando en 1952, Julio Garet Mas publica su Oda a Delmira Agustini, se establece una polémica en torno a la figura de la autora de Los cálices vacíos, que no puede pasar desapercibida por la historia de la literatura uruguaya que pretenda ser comprehensiva con el desarrollo de las ideas estéticas del pasado siglo. Veamos primero su forma y algunos antecedentes.
El libro de Garet Mas está estructurado en dos grandes secciones: la primera, “Oda a Delmira Agustini”, consta de una introducción y seis sonetos. La segunda, “Otros poemas”, incluye once poemas que también tematizan el pathos delmiriano. En una página titulada “Al lector”, fechda en “Salto, setiembre de 1952”

, el autor nos confiesa su “predilección “ su “culto por Delmira” Y agrega “un culto que practicaron la totalidad de los jóvenes surgidos a la vida literaria en tiempo de su muerte y en los lustros subsiguientes”. Dos poemas de este libro figuran en la antología que sigue a El nauta.

En el libro Versos, el joven poeta veinteañero llora la muerte de su colega asesinada tres años antes [17] , cuando ella frisaba la edad de veintiocho años, y publica su extenso texto poético, de marcado tono elegíaco, “A Delmira”. Una retórica próxima al Baudelaire más canónico lo conduce a componer versos como los siguientes:

 

“¡Que los gusanos huyan de su caja mortuoria

y que se torne fresca su carne poco a poco,

y que su corazón resucite a la gloria

del amor! Y que vuele su pensamiento loco,

su altivo pensamiento genial!”

 

También escribió Garet Mas dos romances, recogidos luego en su libro Cien romances (1958): “Romance a Delmira Agustini” y “Romance del amador niño (A Delmira Agustini)”. En el primer trabajo, el más breve de ambos, es curioso observar la atmósfera mítica, cósmica en la que se presenta al “espíritu” de la poeta:

 

“En alígero corcel

vedla tenebrosa y blanca,

en vuelo a tierras de júbilo,

rumbo al horror de la nada”.

 

Su culto al modernismo montevideano, anclado en su primer libro en la figura de Julio Herrera y Reissig, tema y título de un poema que comienza: “Julio Herrera y Reissig llamóse un peregrino / exótico” (luego lo retomará en el “Romance al poeta Julio Herrera y Reissig”), se desplaza paulatinamente hacia la figura de Delmira [18] : la mujer, la creadora, la mártir cuyo final trágico dejó a toda su generación inmersa en una conmoción profunda. Dice en el Soneto II de Oda a Delmira Agustini:

 

“Tu sangre, hervor de sueños sobrehumanos;

tu máximo dolor de amor, frontero

de la muerte; tu impulso prisionero”

 


En un trabajo en prosa que tiene como excusa la aparición de Delmira Agustini, ensayo de Ofelia Machado Bonet (1944), Garet Mas apunta que su poesía fue una “pauta de tantos sueños nuestros de la adolescencia” y cierra el artículo con el siguiente párrafo:

“No se la comprendió, no se la supo ver…Es ella, sí; y conmueve el reaparecer de su modulación inconfundible, cargada de intuiciones y presentimientos.”

Retomando el “affaire” vinculado a la polémica, sabemos que el vórtice de la misma está textualizado en tres cartas: dos de Osvaldo Crispo Acosta (19 de enero y 27 de marzo de 1953) y una de Julio Garet Mas del 5 de febrero del mismo año. En la primera de las cartas, Crispo Acosta dice:

“Prefiero decirlo claramente: siempre Delmira Agustini me pareció falsa en todo. Me hace el efecto de una persona que se hincha para simular grandeza. Ella simula complicaciones y delicadezas. Y esto no sería nada si la simulación fuera convincente, persuasiva. Nunca he sentido que ella fuese poetisa de alma muy artista en su labor”

Y así siguen las diatribas contra la autora de El libro Blanco. Pero la conclusión a la que intenta llegar el crítico de marras no se hace esperar:

“Digo esto sólo para que usted vea que no puedo apreciar debidamente los versos de su entusiasmo y elogio por Delmira.”

La respuesta de Garet Mas es contundente, leamos el meollo de su carta, confesión de un hombre maduro y coherente:

“Entre mis cultos viejos, en el ámbito de nuestra poesía, están María Eugenia y Delmira. Su negación verdaderamente me ha entristecido.”

La segunda misiva de “Lauxar” (crítico munido de un aparato bastante caprichoso por lo que se desprende de sus apreciaciones epistolares), no le va en saga a la que motivó su escritura al publicarse el libro de Garet Mas:

“Es verdad que la Agustini ni me entusiasma ni me gusta. Es posible que algo de culpa tengan en mi repugnancia o resistencia muchos de los admiradores y sobre todo de las admiradoras de que ella padece. El coro de alabanzas que la acompañó pudo hacerme extremar mi desvío.”

¿Críptico crítico Crispo Acosta? La historia de la crítica literaria, del sistema educativo uruguayo, del gusto literario, de la literatura latinoamericana, inclinan la balanza hacia un sitio. Huelgan más comentarios. [19]

 

9. Salto en el corazón y en la poesía


“ama este cielo, este río, esta urbe”

JGM

 

El Salto Oriental, esa ciudad que lo acogería desde 1945, ya un hombre maduro, de mundo, con una obra publicada que lo ha convertido en una firma autoral reconocible en el campo literario nacional, es celebrado en la poesía de Garet Mas con devoción y cariño, sin caer en una apología del lar, facilista y lacrimosa. Por el contrario, la “escritura salteña” tiene en Garet Mas un cuidado formal y retórico particulares. En “A la ciudad del Salto Oriental”, poema publicado en Cantos del Viajero (1936), impreso en los Tallares Gráficos Margall de esta ciudad litoraleña, asistimos a uno de los mejores sonetos gareteanos en tanto canto – homenaje al topos, al lugar que seis años más tarde sería su morada definitiva:

 

“¡la Ciudad

bella y blanca, que deslumbra y alienta!

La visión de sus gracias el vigor alimenta

de los nervios y los músculos. Bajo el dombo preclaro

la virtud de crear se despierta ardorosa.

Yo soy otro en tu suelo de ese cielo al amparo.

-Gracias, gracias, oh Salto, la ciudad armoniosa.”

 

El cielo salteño, la contemplación infinita de su bóveda celeste (por oposición a la conciencia de la finitud de la vida) inspira al poeta otro soneto que tiene su justificado lugar en esta antología:


“Bello es mirarte bien, la vista absorta

en tu diafanidad que comunica

la aptitud de sentir y nada explica

ni propone a la vida absurda y corta.”

 

Asimismo, en la primera parte del libro Los ruiseñores ciegos (libro publicado en 1947 y compuesto enteramente de sonetos), el Río Uruguay, que baña las costas salteñas, promueve en Garet Mas la creación de un tríptico de sonetos que dan cuenta de su historia, su paisaje, su belleza prístina, la admiración extática de su presencia fluyente. Leemos en el primer cuarteto del segundo soneto de la serie, cuyo último verso propone la aliteración del fonema /s/, que parece recrearnos el fluir manso del agua:

 

“Cambias y no has variado, egregio Río

Uruguay, padre próvido, fecundo

cantor, audible apenas o rotundo,

siempre señor de pleno señorío.”

 

Cuando publica El hijo tierno (1952), con humildad de verdadero creador Garet Mas nos advierte, a nosotros lectores, en una suerte de frontispicio del libro: “Acaso contenga este pequeño libro, que inspiró Leonardo Juan Garet Crescionini, menos arte que amor, menos poesía que ternura paternal.”

No obstante, en la sección titulada “Sonetos al gurí”, quizás la más lograda y entrañable del libro, el poeta-padre exhorta al hijo recién nacido (devenido en excelente poeta) a amar esa ciudad, ese cielo, ese río. Transcribo aquí el segundo soneto “Eres de Salto” de la sección referida:

 

“Ama esta bella ciudad; tú viniste

bajo su cielo al misterio del mundo;

tú de su cielo el arcano profundo

en las vivaces pupilas trajiste.

 

Cielo más cielo que el suyo no existe.

Mira despacio su manto jocundo.

En la adultez y el dolor sin segundo,

Con recordarlo estarás menos triste.

 

Ama este río que viene de lejos

y lejos va, y hasta echarse a la mar

ni por asomo sus bríos son viejos.

 

Ama y tu ardor nada amengüe ni turbe.

Con limpidez por la que hay que velar

ama este cielo, este río, esta urbe.”

 

 

Durante el año 1955, Garet Mas espiga una centena de romances para darlos a la imprenta. Se publica así, en 1958 su ya citado libro Cien Romances. En su última sección, la número VII, incluye cuatro textos bajo el título “Motivos salteños”. Estos son: “Romance al doctor Apollón de Mirbeck”; “Romance del Parque Benito Solari”; “Romance del Barrio Cien manzanas” y el “Segundo romance al doctor Apollón de Mirbeck”.

Los dos textos que tienen como eje temático al primer médico de Salto, “galeno, artista, expatriado”, el doctor Apollón de Mirbeck (1808 – 1871), concurren aquí con la apología de tono austero al parque con “senderos que llevan a /quietos rincones amigos” y con la pobreza denunciada de un barrio “de viviendas miserables”, en el Salto del medio siglo.

 

10. Garet Mas cervantino

 

“¡Vertical y magnánimo Quijote!”

JGM

La (re)lectura sostenida de la obra cervantina, su asedios críticos a la producción del fundador de la novela moderna, su recepción activa en tanto poeta recreador de los personajes del universo quijotesco, hacen de Julio Garet Mas uno de los lectores más autorizados de la producción literaria de Miguel de Cervantes que dio el siglo XX por estas tierras.

Leída desde su temprana adolescencia (“las sagradas locuras de tu hombruna / figura de Quijote sempiterna”, dicen unos versos de su primer libro; y en su segundo poemario encontramos el poema “Reír de Sancho”), la novela cervantina ocupa un espacio significativo en la vida y en la obra de nuestro autor.

En la antología encontrará el lector la sección completa dedicada a los personajes cervantinos en el libro Cantos del viajero: Don Quijote, “quien en lides contra el mal se afana”; Sancho, “leal del enjuto buscador de fama”; Dulcinea, “grave, honrada sin tacha, tierna, hermosa”; Antonia Quijano, a quien “es fuerza pensarla áspera y dura”; los Duques, quienes por burlarse del noble e idealista caballero “lástima merecéis más que acrimonia”. Conmueve el último terceto del soneto “A Don Quijote”, en el que Garet Mas logra una interpretación muy atinada y definida en las palabras justas y necesarias, de la relación entre ambos héroes cervantinos, especialmente, asumiendo la perspectiva de Sancho:

 

“y hasta el simple de Sancho –desmedrado,

ya no el hombre de bien que iba a tu lado-

da en mentir devoción por tu locura.”

 

Con el título “Personas de El Quijote” (obsérvese que no “personajes”) en el libro Cien Sonetos se retoma la saga de la novela cervantina, sumándose el ama, “la voz que llama al / deber, observada con aliento”; el barbero (el poeta neologisa el adverbio y comparte así su mofa risueña del personaje con el lector “¡y cuán barberilmente se equivoca!”); el cura, al que se dirige la voz lírica ironizando “Con tu licenciatura de Sigüenza / choca el creer en magos y hechiceros”; Andrés, actualizado en la mirada presente del poeta “Véote aun a la nervuda encina / atado y a la furia sometido / del amo maldiciente”; Cardenio, “triste amador del sino adverso”; Lorenzo, “estudiante / de alma encendida y corazón de raso”; Dorotea, quien da “vivo gozo escucharla”; y Sansón Carrasco, “truhán empedernido, / Sansón aleve, ejemplo de sevicia”.

Además de esta recreación poética de los seres que pueblan y recorren la novela, y parecen vivir autónomamente, encontraremos en el libro El poema de los animales y otros cantos (1960, reeditado en 1982), dos sonetos: “Rocinante” y “El rucio de Sancho”. En el primero conmueve el inesperado yo lírico que nos confiesa:

 

“Ruin caballo, la imagen de mezquinos favores

y de erratas y olidos, yo, el endeble animal

 

ya en la rara victoria o el frecuente fracaso

soñé ser –ilusiones de jamelgo- u Pegaso

con dos alas magníficas y con vida inmortal.”

 

Utilizando el mismo recurso para focalizar la voz del hablante lírico, en el primer cuarteto del segundo soneto mencionado, leemos los alejandrinos gareteanos:

 

“Ni nombre tengo. Es raro. Tal vez ninguno había

conmigo concordante por áspero y grosero.

Sin nombre, he sido útil a

la Caballería;

¿no me montó, soñando su ínsula, el escudero?”

 

En sus Poesías y notas quijotescas (1972), Garet Mas reúne a su “Breve antología poética” (primera parte del referido libro que incluyo poemas de diversos libros y profusa temática), seis “notas quijotescas”, seis excelentes ensayos de interpretación de la obra cervantina. Varios hallazgos críticos se encuentran en esta sección, pero ninguno como el análisis de por qué no está el perro del primer párrafo de la novela en el resto del relato. Al respecto de “El galgo corredor de Don Quijote”, cuyo origen es la conferencia al ingreso en la Academia Nacional de Letras por parte de Garet Mas, dice Enrique A. Cesio [20] :


“La interrogación de si no apercibió Cervantes la utilidad del can en la correría de liebres, es respondido con la certeza de que el caballero no estaba para cacerías”


Siempre sorprende la potencialidad del Quijote: observamos cómo se construye delante de nuestros ojos una espiral hermenéutica a caballo del humor: Cervantes, Garet Mas, Cesio.

 

11. Final provisorio

“Menos mal, es Garet, un buen amigo.”

JGM

 

A modo de colofón, me seduce y entusiasma invitar a la lectura de este nuevo / viejo libro de Julio Garet Mas. Importa re-dimensionar su figura, en tanto intelectual vigente y de amplitud crítica en su labor y su prédica; interesa descubrir eso otro Garet Mas que subyace a muchos de sus escritos, más allá del género o cauce textual elegido; urge comprender una época y un territorio de la literatura uruguaya, los que hoy, a la distancia, se vuelven más ricos, fermentales y complejos.


Gerardo Ciancio

Montevideo, invierno 2006 – verano 2008

  


 

 


[1] El cuento “La fábrica de sonrisas” fue publicado en Numen, Año III, Nº 15, Montevideo, diciembre de 1943. Hoy figura en la página de la web dedicada al autor.

[2] Además del libro, más abajo citado, El hijo tierno (1951), dedicado enteramente al júbilo que le promueve el nacimiento y la primera infancia de Leonardo Juan en una escritura de raigambre martiana (señalada desde el acápite del libro) encontramos en la segunda parte del libro El poema de los animales y otros cantos (1960), el soneto “A mi hijo”.

[3] El libro Los ruiseñores ciegos luce en la página 5 la siguiente inscripción: “A mi esposa, Carmen Crescionini de Garet Mas, dedico estos sonetos que escribí en Salto, la ciudad noble, culta, propicia a la vida interior donde nos conocimos. El autor. Salto, R.O. del Uruguay, nov. de 1946”

[4] En Tempos Fugit (1945) leemos el emotivo poema “A mi padre, Don Enrique Garet Gómez”.

[5] El hilo de Ariadna (1964) contiene la tríada de sonetos de tono elegíaco, titulada “A mi hermano Carlos”.

[6] En “Ad Prates”, última sección de Tempos Fugit, figuran los dos sonetos “A Don Roque Antonio Gómez”, su “abuelo generoso”, y el soneto “Henri Garet”, “el abuelo francés”, pp. 99-104.

[7] En un plegable que acompaña el libro de Garet Mas, Sus mejores poesías de la adolescencia, Montevideo, 1924 (libro que reúne textos de sus tres primeros poemarios), encontramos el siguiente juicio de Juana de Ibarbourou: “Hace tiempo que es usted para mí un verdadero poeta. Y tiene un modo muy suyo que lo valoriza enormemente, más ahora que los vates son, en su mayoría, corderitos de rebaños ‘istas’.”

Cabe señalar, que en la mayoría de sus libros, ediciones generalmente cuidadas por el autor, Julio Garet Mas va incluyendo, especialmente en las solapas, diferentes juicios críticos que atañen a sus obras. Considero un gesto de honestidad intelectual el incluir aquellos juicios que muchas veces no le eran favorables en tanto “crítica positiva” o “complaciente”.

[8] Hay versiones que sitúan de manera diversa los primeros sonetos conocidos “fueron escritos entre 1215 y 1233 por Giacomo da Lentito, un notario que ejerció en la corte siciliana de Federico II […] Parece que fue ese poeta quien tuvo la feliz idea de combinar el popular strambotto siciliano de dos serventesios (ABAB ABAB) con dos tercetos de rima CDE CDE”. Empero, desde la misma hipótesis escuchamos: “La cuestión del origen del soneto, como el de tantas otras formas métricas, no está completamente resuelta.” Cfr. Víctor de Lama, Sonetos de amor. Selección de 150 sonetos de la lengua española, Edición, introducción y notas de Víctor de Lama, Madrid, EDAF, 1996, pp. 9-10.

[9] Tempranamente Garet Mas reconocía al joven poeta Jorge Meretta en una carta fechada el 7 de diciembre de 1961 en Salto, su “vocación lírica” la cual “habrá de merecerle la atenta consideración de la crítica” [archivo de G.C.]

[10] En los albores de este nuevo siglo retornan las colecciones de sonetos de autores nacionales: Los pies clavados, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2000, de Washington Benavides (2001); Cambios de sitio, Montevideo, Ediciones

La Gotera, 2001 del referido Jorge Meretta, y Cincuenta sonetos, Montevideo, Cal y canto, 2004, de Mario Benedetti. Allí el autor de La tregua reúne poemas de diez de sus libros y confiesa en “Nota previa”: “Entre todas las formas literarias, siempre me deslumbró el soneto como muestrario de rigores, como envase lírico, como cápsula de sentimientos”, pág. 5.

[11] Walter Rela, Personalidades de la cultura en el Uruguay, Montevideo, Ediciones de la Plaza, 2002

[12] Además de mantener una profusa relación epistolar con sus colegas de Uruguay y de la región, y de escribir y publicar docenas de artículos (muchos recopilados en libros de prosa) sobre la obra de sus contemporáneos o sus escritores predilectos, Julio Garet homenajea y es homenajeado desde y en la propia encarnadura poética por sus pares. Por ejemplo, el poema que cierra el libro Fuego y Mármol, titulado “El niño poeta”, fue escrito por Adolfo Montiel Ballesteros. Asimismo existen otros textos como “Poeta como el Alba” de Jean Aristeguieta y “Envío de un viejo chocho” de Domingo Gallicchio, que refieren a la personalidad y obra de nuestro autor. Un caso paradigmático es el libro Al poeta Andrés Chabrillón, Montevideo, 1964, con el que Garet Mas responde al que le dedicara el citado poeta entrerriano en 1963.

[13] Águilas, cóndores, garzas, un sinfín de aves encontrará el lector recorriendo la superficie textual de la obra gareteana. Un caso paradigmático son “ los ruiseñores ciegos”, que desde la alegoría y el símbolo, pueblan el libro homónimo.

[14] Al aparecer el libro Nuevos Cantos (1960), el cronista mexicano G. M. Navas afirma en el Apolo de México, D. F., en abril de 1963: “Hállase en este lírico platense cierto soplo de intimidad provinciana colindante de nuestro López Velarde, no por el léxico, los ritmos, la escuela. Garet Mas es, como se le ha definido, "clasicista estremecido de modernidad."

[15] Otra versión del soneto “El vuelo” es la que figura en el libro Versos. Esta primera versión dice:

Pósase en la alta cumbre de la montaña adusta

un águila y contempla con ojos encendidos

la curva de los cielos…-“Oh, parábola augusta!”

suspira…Y desfallecen de fiebre sus sentidos.

 

…Se anima. Ve la negra sima y como no puede

volar en otras órbitas más allá de las nubes

y un fatal pensamiento conquistador la obsede

dice al peñón: -“Dichoso tú, peñón, que no subes!”

 

Felices piedra y lodos, unánimes, sin alas

que desplegar. Las alas son terribles presagios.

Dichosa, hoja que al fondo del abismo resbalas.

 

No hay más grande martirio que la ebriedad del vuelo

pues tropieza el ave con la línea del cielo

cuando apenas soñaba los divinos contagios.

Se prefirió en esta antología consignar los textos últimos corregidos por Garet Mas, no obstante, algunas de las versiones originales, muchas de ellas de su juventud, tienen mayores logros retóricos, técnicos y rítmicos.

[16] Me refiero al clima poético de una zona de la poesía de Antonio Machado. Véase la discusión entre Pablo Minelli y Julio Garet Mas en torno a los hermanos Machado (Antonio y Manuel) y sus bondades a la hora de la verbocreación poética, en el trabajo del segundo “Dos poetas: Paul Minely y Pablo Minelli”, Efigies rápidas, Páginas escogidas, Vol. 4, Montevideo, 1974, pp. 24-38.

[17] Si bien la publicación del libro Versos se concreta en el año 1919, sabemos que en 1917 ya estaba pronto el poemario en la imprenta, de acuerdo a lo que anota al cierre del trabajo el propio autor en la página 93: “Los originales de este libro fueron entregados a las cajas en agosto de 1917, y luego de imprimirse la casi totalidad de los pliegos, hubo de suspenderse la continuación de la obra por enfermedad de su autor.”

[18] Una visión sobre la “construcción”crítica de la poeta Delmira Agustini desde el punto de Julio Garet Mas, podrá obtenerla el lector en los siguientes trabajos del autor de El nauta: “Retorno a Delmira”, en La cigarra de Eunomo, Montevideo, Ediciones de “Numen”, 1954, pp. 19-23. Este trabajo, con algunas variantes, en Efigies rápidas, Páginas escogidas, Vol. 4, Montevideo, 1974, pp.9-14; “Delmira Agustini: loada y negada”, Efigies rápidas, Páginas escogidas, Vol. 4, Montevideo, 1974, pp. 39-60. Destaco que La cigarra de Eunomo es el primer libro de conjunto que propone una visión crítica de treinta y cuatro poetas uruguayas, a las que se destina un artículo a cada una. Sobre este libro dice el mexicano Vicente Echeverría del Prado en Nivel, Nº 1, México, enero de 1959, cuyo Director fue el poeta Carlos Pellicer: “Uno de los estudios mejor estructurados, más limpia y noblemente concebidos por lo que toca a la luminosa tarea de llevar la crítica al terreno que debería serle propio y exclusivo siempre para no caer en las pequeñeces de la literatura camarillesca o de café.”

[19] Observemos por ejemplo, el tratamiento dado al tema ‘Delmira’ en los últimos quince años:

“El interés por Delmira, también parece crecer como personaje estético, como lo documentan las dos novelas que aparecieron recientemente: Un amor imprudente de Pedro de Orgambide (1994) y Fiera de amor [ La otra muerte de Delmira Agustini] (1995) de Guillermo Giucci y que complementan su pasaje por el teatro (Schinca y Sarlós) y el ballet (Alonso)”, escribe Uruguay Cortazzo en la “Presentación crítica” del libro Delmira Agustini. Nuevas Penetraciones críticas, Montevideo, Vintén Editor, 1996, pág. 5. A los pocos meses de publicado este libro de interpretación sobre la obra de nuestra poeta, Omar Prego Gadea da a conocer su novela Delmira, Montevideo, Alfaguara, 1996. En otro orden de cosas, pero en torno a la obra poética y epistolar de Agustini, aparecen, casi simultáneamente, la segunda edición de Delmira Agustini. Poesías Completas, Edición, introducción y notas de Alejandro Cáceres, Montevideo, Ediciones de la Plaza, 2006, y Cartas de Amor y otra correspondencia íntima, Delmira Agustini, Prólogo de Idea Vilariño, edición, notas y epílogo de Ana Inés Larre Borges, Montevideo, Cal y Canto-Biblioteca Nacional, 2006.

[20] Diario Cambio, Salto, 6 de setiembre de 2006. Integra esta nota un grupo de tres artículos de tema cervantino en homenaje a las lecturas que hizo Julio Garet Mas a la obra del autor del Quijote.

       
 

 

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